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Foto: Sandor H. Szabo (EFE) |
La contaminación por malos olores quizás sea una de las menos perniciosas para la salud, pero desde luego se encuentra entre las más insoportables. Lo cual es curioso, porque el olfato es un sentido que se satura muy rápidamente.
Por lo menos con la mayor parte de los olores, o al menos con aquellos que no son realmente asquerosos. En Valdemoro, en Madrid, un grupo de vecinos lleva una década luchando para que alguien haga algo para impedir que una fabrica de pienso siga perfumando su existencia.
Y tendrán que seguir esperando, porque no se trata de que ninguna autoridad política o administrativa les quiera hacer caso: resulta que no existe en España una legislación nacional que aborde la contaminación por malos olores. Tan sólo hay algunas iniciativas autonómicas muy recientes (la primera, de la Generalitat catalana, de 2005), por lo que, hasta ahora, se ha venido aplicando en ocasiones el Reglamento de Actividades Molestas Insalubres y Peligrosas, fechado en 1961.
Supongo que el problema se encuentra en cómo cuantificar algo tan etéreo como el mal olor: ¿cómo se mide?, ¿dónde se pone el límite de lo aceptable?, ¿no se trata de algo totalmente subjetivo?.
Pues parece que no, hay incluso una técnica, denominada olfatometría, que cuantifica la molestia que puede suponer un olor en función de su intensidad.
En cuanto a la legislación, en el Congreso Nacional de Medio Ambiente se han puesto las bases para solucionar esta carencia mediante la elaboración del documento de trabajo "Contaminación odorífera".
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