Hace tiempo que el mar es uno de los vértices de la actualidad medioambiental, por los vertidos, la contaminación, las islas de basura, el exterminio de especies y la explotación de sus recursos. Esta semana, sin embargo, ha logrado alcanzar el protagonismo absoluto con una noticia positiva, al menos en parte: ya conocemos la riqueza viva que esconde gracias al Primer Censo de la Vida Marina , que se dio a conocer el pasado día 4 de octubre.
Un censo que cifra en 250.00 el número de especies formalmente descritas en la literatura científica, apenas una cuarta parte del total de las que, al parecer, se pueden encontrar bajo la superficie marina (¿cómo se hace una estimación de este tipo?).
Según los autores del censo, incluso en Europa, sin contar a los microbios, hay un diez por ciento de especies todavía por descubrir, cifra que aumenta al 38% en África del Sur, a casi el 60% en la Antártida, al 70% en Japón, y al 80% en Australia.
La elaboración de este censo ha sido uno de esos trabajos que ni siquiera Sísifo se atrevería a menospreciar (2.700 científicos de todo el mundo, 540 especies oceánicas y un coste de unos 650 millones de dólares), al mismo tiempo que un extraordinario ejemplo de cooperación internacional.
El resultado final fue perfectamente recogido por los medios de comunicación: el océano es más diverso y rico de lo esperado... y las alteraciones que sufre son peores de lo que nos podíamos imaginar.
De esto último también hemos tenido constancia estos días con noticias como el riesgo de vertido químico tras el choque de dos buques en el Canal de la Mancha o la posibilidad de que el vertido de lodo tóxico que está matando el Danubio alcance al Mar Negro.
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